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CAPÍTULO 5

(Epifanía: donde Pepe deviene Apóstol en Palermo Chico)(1)

Viene del Capítulo Anterior

Al ver regresar a Pepe, Heránides Parméclito se conmovió visiblemente. Dejó de observar atentamente una nota periodística sobre Nicole Neumann, ilustrada con abundantes fotografías a toda página, guardó el recorte en uno de sus bolsillos, se subió los pantalones y comentó a Pepe que el joven lo había encontrado abocado a la generación de un orgasmo autoinducido. Dicho esto, se refugió en un hermético silencio, mientras Pepe relataba las vicisitudes de su viaje en pos del conocimiento profundo del propio ser, así como lo que había aprendido acerca de la relatividad del tiempo.

Viendo que Heránides se hallaba ocupado en un silencioso ejercicio de introspección, Pepe decidió salir a dar una vuelta. Caminó hasta la estación ferroviaria de Avellaneda donde, llevado por un impulso que no supo explicarse entonces, subió, a través de la puerta destinada a los colados, al tren que se dirigía a Constitución.

Luego se dejó llevar por la Voluntad Suprema. Anduvo, y anduvo, y anduvo, esquivando las innumerables trampas del Infierno que, en la ciudad junto al río del color del río, toman la forma de baches, baldosas flojas y excavaciones abiertas por el personal de las empresas de servicios públicos. Recordó que se contaba que, en tiempos ya legendarios, una zanja de la desaparecida CHADE había dividido en dos a la ciudad durante meses y meses, sirviendo de modelo a los ingenieros militares franceses para la construcción de la Línea Maginot.

A eso de las dos de la tarde sintió hambre, y decidió presentarse en la puerta de un local de una afamada casa de expendio de comida rápida. Como el personal tardase más de treinta segundos en sacar las bolsas de basura a la calle, Pepe se quejó ante el empleado responsable. Éste, de mala gana, accedió a darle una bolsita con restos de carne, cebolla, huevos, pepinos, queso y pan.

- ¿Qué es eso? - le dijo a Pepe una impactante adolescente rubia, de formas turgentes, señalando la bolsa. Ella estaba por comerse algo que parecía ser un canapé. Vestía unos elegantes harapos fashion: un viejo top y hot-jeans. 

- Mi almuerzo. Basura.

- El mío también es comida basura. Y encima, carísimo. Te cambio el mío por el tuyo. Yo pedí un Mc Ana: carne, queso roquefort y banana. ¿Cómo se llama el menú que pediste? ¡Me copa!

- El mío es... un Mc Homeless -  respondió, dubitativo, sin querer abochornar a la niña por su confusión.

- ¡No estaba en el aviso! ¡Debe ser uno nuevo! ¿Por qué a vos te lo vendieron y a mí no?

Y dicho esto, la adolescente corrió a quejarse a la dirección del local.

Pepe decidió retirarse del lugar, para evitar equívocos mayores. Caminó hasta la Plaza San Martín, donde terminó su almuerzo, debajo de un árbol.

Al poco tiempo, Pepe vio pasar caminando a la impactante adolescente rubia de formas turgentes. Llevado por un impulso que no supo explicarse entonces, Pepe la siguió hasta un edificio ubicado en Palermo Chico, donde había una aglomeración de personas pugnando por entrar. Había tal lío que, en la confusión, Pepe se vio arrastrado hacia adentro por un río de gente. "El Río del Destino, que todo lo arrastra", dijo una voz en su cabeza, y Pepe sintió que algo importante estaba por pasar. 

El río de gente desembocó en una habitación muy amplia, iluminada por varios reflectores muy potentes, donde había una tribuna rodeando por tres lados a un grupo de sofás y una mesita ratona. Pepe se sentó en la tribuna y se dispuso a esperar.

Había un crispado nerviosismo en el aire. Una mujer, vestida con trajecito sastre y rodeada de un ejército de colaboradores, iba de un lado al otro, gritando e insultando a todo el mundo. Por lo que Pepe pudo escuchar, la mujer estaba furiosa porque una de las personas que iba a sentarse en el sofá no iba a poder venir.

- ¡Necesito un gurú! - gritaba. - ¡Y si ése no viene, quiero otro! ¡Alguien, algo, cualquiera!

Y entonces las luces se apagaron. Alguien, una mujer mayor, gritó, asustada. Pero Pepe sintió una extraña tranquilidad. Y entonces, mientras todo el estudio del canal permanecía a oscuras, un haz de luz iluminó a Pepe. Y éste se puso de pie, y comprendió.

Claro que comprendió.

Comprendió todo.

Comprendió todo y hasta más allá de todo.  

Comprendió.

Comprendió el Alfa                                                            Comprendió el Omega

Comprendió el Pasado         Comprendió el Presente        Comprendió el Futuro                 

Comprendió el Ser                                                             Comprendió el No Ser

Comprendió el Cielo                                                          Comprendió el Infierno

Comprendió el Arriba                           Comprendió el Abajo

Comprendió el Cuerpo                                                          Comprendió el Alma

Comprendió el Pasado         Comprendió el Presente        Comprendió el Futuro

Comprendió el Presente                                                     Comprendió el Futuro

Comprendió el Presente                                                     Comprendió el Futuro

Comprendió el Futuro                                                         Comprendió el Futuro

Comprendió el Futuro.                                                          El Futuro.

Y entonces se acercó a la mujer de trajecito sastre y dijo: "mujer, no temas. Yo soy Aquel que esperas. Yo soy Ese Sabio que esperas".

"¿Y vos quién sos?", dijo la mujer.

"Yo Soy El Apóstol Catódico, y Mi Misión es mostrar El Camino".

La mujer, impresionada, asintió, y le pidió que pasara a una sala donde permanecería hasta que llegara la hora de hablarles a los fieles. Allí se le permitió darse un baño, y le ofrecieron ricas vestimentas, que rechazó con un simple gesto, prefiriendo unas sandalias y una túnica símil Hare Krishna. Junto a él estaban las personas con las que debería compartir el púlpito catódico, metódico y esdrújulo.

Nito Grondona, una persona que afirmaba haber sido uno de los miembros de Kiss durante la gira 1977/78, y que su lugar había sido luego usurpado por Gene Simmons, a quien llamaba okupa del rock.

El Gran Lama de Saavedra, el controvertido gourmet estoico, fakir y asceta hedonista que lideraba la secta de los Heavy Tibetanos, conocidos por su polémica costumbre de compartir en sus mesas el pan de trotyl.

Lito Sarabia, El Barón Rojo, un conductor de camiones a quien, en las rutas de todo el país, se conocía por diversos apelativos, tales como El Caballero del Volante, El Camionero Rojo y El As de la Carretera.

Doña Interpretación Vega de Cardoso, una dama salteña que afirmaba poder leer el futuro analizando las entrañas de las empanadas de carne cortada a cuchillo que ella misma preparaba.

La licenciada Aída de Verdi, catedrática de la Universidad de Garlic Cloves y psicóloga de a bordo del interno 150 de la línea de colectivos 60, quien trataba la neurosis de los pasajeros del transporte público mediante el expendio de boletos que, en vez de ser numerados según la serie de los números enteros, eran numerados en base a la serie de los números capicúa.

Cuando llegó la hora del debate, quien antes de Su Iluminación fuera Pepe estaba sereno. Esperaba su turno para hablar, hasta que se dio cuenta de que no había turnos y no había tal debate. En realidad, la conductora de trajecito sastre se afanaba en convertir la charla en un colorido aquelarre que bien pudiera haber competido, en desorden, con el caos que puso fin a la construcción de la Torre de Babel.

El Barón Rojo y el Gran Lama de Saavedra estaban a punto de tomarse a golpes de puño mientras discutían acerca de la cantidad de calorías que, al inducir la transpiración, consumían los pulóveres tejidos usando el punto arroz. "¿Y el arroz integral?", terció la conductora, que se llamaba Déborah Dora, con la obvia intención de detonar un escándalo. "¿Gallo o Amanda?", insistió, y entonces lo que todos temían pareció inminente.

(Continúa)

(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.

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