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¡ERA POR ABAJO, BRIENZA!
Hace una semana, Hernán Brienza levantó bastante polvareda mediática con una nota en Tiempo Argentino que justificaba los latrocinios de los políticos en razón de que la corrupción "democratiza de forma espeluznante a la política" (!) porque "quien no tiene recursos, no puede hacer política", en especial si se quiere hacer política sin plegarse mansamente a los designios del poder realmente existente, que es el económico. (¿Me piden nombres del poder económico? Techint, Clarín, La Nación, Ledesma, Arcor, Telefónica, las petroleras, las exportadoras de granos, los bancos, las farmacéuticas, las embajadas de los países centrales). El propio autor, probablemente muy ocupado en reconocer el carácter "políticamente incorrecto" de su nota, se olvidó de reconocer que también era un tiro en el propio pie.
No es que Brienza no apuntara agudamente un hecho constatable, y no sólo en Argentina: si las campañas electorales son absurdamente caras, los candidatos terminan siendo prisioneros de quienes se las financien. Matt Taibi señalaba este mismo problema en Rolling Stone, no hace tanto, luego de que el precandidato presidencial Donald Trump atacara a su rival Jeb Bush afirmando que era un monigote al servicio de las compañías farmacéuticas, dado que nada menos que el recaudador de su campaña era el heredero de uno de los gigantes del sector. Taibi remataba la idea brillantemente: "porque Jeb Bush no puede pagar sus propios avisos, tiene que llegar a la Casa Blanca comprado por una corporación farmacéutica. Es así de estúpido". ¡Es por ahí, Brienza, no por "democratizar la política" por vía de la coima! ¡Era por abajo, Brienza!
Cada tanto recuerdo en esta página algunos casos escandalosos de países que el sentido común argentino considera serios, ordenados. No lo hago por el mal de muchos, consuelo de tontos, que es cosa de idiotas, sino porque creo que la autodenigración nacional es un camino que no lleva a ninguna parte: si los argentinos somos corruptos por naturaleza desde la Colonia, todos por igual, y en los países serios, ordenados, se nos cagan de risa ¿cuál es la solución? (El camino de la autodenigración es el elegido por un sicario mediático que aceptó financiar sus proyectos con dinero del ERP, la antigua SIDE, el Grupo Matas y Clarín, nada menos). Diferente es ver la corrupción como una enfermedad de toda sociedad organizada, capaz de ser combatida con determinadas contramedidas, y digo combatida porque su eliminación está más allá de las posibilidades humanas.
Pero veamos: Jacques Chirac, dos veces presidente de Francia, dos veces primer ministro y alcalde de París durante casi dos décadas, fue condenado por montar una red de empleos falsos en la alcaldía parisina con el objetivo de recaudar fondos para su campaña presidencial. (Además, nótese que hubo que esperar a que abandonara la presidencia para ser juzgado: en Francia no se puede procesar a un presidente en ejercicio. ¡Hablemos luego de repúblicas bananeras! Y la condena a Chirac fue a dos años de prisión, que nunca cumplirá). Otro caso extraordinario, que involucra nada menos que a Helmut Kohl, primer ministro alemán y artífice de la reunificación alemana, y a otro presidente francés, François Mitterand, es el de la compra de la refinería alemana Leuna por la corporación francesa Elf-Aquitaine. (A Kohl le costó el puesto, más cuando, parece, el cobro de comisiones ilegales durante su larga y exitosísima gestión era "sistemático"). ¿Unos pocos ejemplos más, para no aburrir, y para que el eventual y acaso inexistente lector investigue si tiene interés? El caso Bárcenas y la contabilidad en negro del PP de España, el caso Petrobras en Brasil, el caso Penta en Chile (¡sí, Chile, un país donde se creía que no había corrupción sólo porque nadie hablaba de ella!).
A veces no es tan sencillo hablar de corrupción, no porque no exista sino porque el procedimiento empleado no es habitual, y el público convenientemente desinformado ni siquiera entiende de qué se trata. El mencionado Taibi, en la nota ya mencionada, recuerda los 675 mil dólares que Goldman Sachs le pagó a Hillary Clinton por "dar conferencias", un mecanismo totalmente legal para pagar coimas encubiertas que yo citaba en una nota de hace unas semanas. O el funcionamiento de los paraísos fiscales cuyo soberano es la Reina de Inglaterra, que para Roberto Saviano hacen del Reino Unido "el país más corrupto del mundo", nada menos. O los llamados #PanamaPapers, las sociedades fantasmas de, por ejemplo, el padre del primer ministro británico David Cameron o virtualmente el entero gabinete del presidente Mauricio Macri, comenzando por él mismo. Cierto es que esos ejemplos carecen del potencial icónico de, por ejemplo, una filmación de personas contando millones en billetes, el gran éxito de la mejor y mayor productora de relato anti K, la Unión Transitoria de Empresas de Jorge Lanata, Clarín y Antonio Stiuso. "¿Sociedades offshore, Panamá, qué es eso?" dirá el ciudadano común, que ni siquiera tiene muy claro qué hay de malo en evadir impuestos. En cambio, ver gente contando millones casi no necesita nada más: quien se pregunte por qué los #PanamaPapers no dañaron de modo terminal la credibilidad de Macri pueden empezar a pensarlo por esta idea. Que no es incompatible con la idea de la cobertura mediática, sino otra manera de verla. (Quien esté cansado de que se mencione tanto a los medios cuando se habla de política, que haga el favor de recordar lo del hijo inexistente que le hizo perder un referendo a Evo Morales).
La tensión entre los escrúpulos morales y los objetivos politicos ya ha sido debatida lo suficiente, desde la obra teatral Las manos sucias de Sartre a "quien quiera hacer política debe pactar con los demonios, y quien quiera salvar su alma, que no se dedique a la política" de Max Weber. Pero, Brienza: ¿las estancias de Lázaro Báez son parte de la lucha por la redistribución progresiva del ingreso? ¿Las joyas que Cristóbal López le compra a Ingrid Grudke son parte del camino de reafirmación de la soberanía nacional? ¿En serio?
Yo prefiero seguir, o al menos intentar seguir, el camino marcado por el intelectual más importante del proceso populista y progresista más clamorosamente exitoso de América, el boliviano: como dice aquí el vicepresidente Álvaro García Linera, el del comportamiento ético. Porque "un gobierno tiene que acompañar el decir con el hacer, lo que propugna con lo que es".
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