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¿TIENE ROCK? DÉME DOS

En este Supermercado Planetario que es hoy el mundo, uno tiene a su disposición góndolas de reggaetón, góndolas de tango, góndolas de jazz, góndolas de bossa nova... góndolas de rock. Esas góndolas cuentan con estantes para psicodelia, punk, rockabilly, ska, heavy metal, gótico, folk... Está perfecto si se entiende que el rock es un género musical como cualquier otro. ¿Pero es solamente un género musical como cualquiera? ¿Qué es el éxito en el rock? (Nota originalmente publicada en 45 RPM).

¿EFECTIVO O TARJETA?

Hacia 1957-58, cuando se pensaba en qué era el rock, uno se podía remitir a, por ejemplo, "Rock 'n' roll high school" de Chuck Berry, (imagen) o "Tutti Frutti" de Little Richard, o " Blue suede shoes" de Carl Perkins, o "Summertime Blues", de Eddie Cochran. Unos diez años después, rock era, por ejemplo, "A day in the life". Por no hablar de "Revolution 9", a la que no se puede analizar como pieza musical porque no lo es: esos minutos de cacofonía son una manera de proclamar que, a partir de ese momento, el límite del rock es su propia ambición. El mensaje era "podemos hacer cualquier cosa".

En esos diez años se plantaron casi todas las semillas de lo que floreció después. Se indagó en la música de la India y de Marruecos, en el folklore celta y el blues del Delta del Mississippi, en el empleo de loops y ruidos blancos, en la música concreta... y esto sólo por el lado de la música. A través de Bob Dylan, en las letras de un género inconformista desde la cuna se colaron influencias de Henry Miller, William Burroughs, Jack Kerouac, Allen Ginsberg... Y hay que detenerse un momento en estos últimos tres, porque de ellos el rock tomó una manera de enfrentarse a convencionalismos sociales que, a esa altura del siglo, comenzaban a parecer no ya opresivos sino ridículos, básicamente los tabúes sexuales y el rechazo a la experimentación con drogas alucinógenas. Y también (y todo este rodeo para llegar acá) de ellos tomó una visión sumamente crítica de la sociedad de consumo, adormilada por un asfixiante conformismo que apenas dejaba resquicio para cualquier cosa que no se pudiese comprar con dinero. Un conformismo, por cierto, demasiado parecido al conformismo de estos años inaugurales del tercer milenio.

El que, en gran medida, la popularidad del rock haya sido fruto de la enorme prosperidad de los Estados Unidos durante los años '50 y de la expansión económica vivida en Europa Occidental un poco después (1) plantea una contradicción que está en el centro de esta nota. En medio de las sociedades más avanzadas del planeta surge un movimiento que rechaza al consumismo como modo de vida, consumismo que es el motor del enriquecimiento de esas sociedades. Peor aún: ese mensaje de rechazo al consumo se propala a través de medios de difusión regidos por esa misma lógica.

¿CONTADO O FINANCIADO EN CUOTAS?

Kurt Cobain le dijo a la Melody Maker en 1992: "ya no queda forma de ser subversivo en el rock, a menos que revientes habiéndote llenado el culo con dinamita" (2). Como Cobain parece afirmar la tapa de "Nevermind", nacer ya es transar, y no hay manera de escapar a la lógica del dólar. "Los fans del punk rock no necesitaban comprar nada: sólo tenían que ser", afirmaba a mitad de los '70 Malcolm McLaren, en su ambiguo rol de profeta anarquista y genio del marketing. Bien, la mayoría de los grupos punks se olvidó de sus reivindicaciones de independencia artística apenas firmó contrato con una multinacional. Ni hablar de los hippies que rechazaban los jabones comerciales y luego se reciclaron para vender desde cursos de autoayuda hasta comida orgánica ("eso es diseño corporativo, la idea de venderte una papa sucia", se burlaba hace un tiempo John Lydon / Johnny Rotten).

Todavía perduran los ecos del exitoso regreso de Soda Stereo. La "burbuja en el tiempo" que atrajo multitudes, fascinó a la crítica y terminó dejando una imagen artísticamente convincente, no hubiera sido posible sin el cuantioso aporte de una compañía de telefonía celular. También es reciente el lanzamiento del segundo disco solista del Indio Solari y la consecuente oleada de reportajes que concedió en unos pocos días. En ellos, el Indio avisaba de lo difícil y costoso que es, para un número independiente, planear recitales en estadios: incluso afirmaba que todavía estaba pagando deudas originadas en sus actuaciones en La Plata a fines de 2005.

Es en este punto en el que uno se podría plantear si el signo del éxito de un rockero es llenar estadios. Ya que hoy estamos con ganas de citar a los próceres del punk, vamos con esta idea de Lydon sobre Sid Vicious: "debería haber visto todo el panorama, pero se enamoró de eso, de la idolatría a la estrella pop. Y ése es el beso de la muerte".

MUERTE A CRÉDITO

Jorge Luis Borges decía que el éxito y el fracaso eran dos impostores. Y es cierto: hay ciertas formas de triunfo que uno no envidia (Britney Spears, Judy Garland, Macaulay Culkin, el propio Vicious, el propio Cobain). Hasta convendría pensar si el Indio Solari, una persona a quien casi todos solemos ver como alguien que alcanzó la plenitud de la vida, se siente del todo feliz al vivir recluido en una hermosa casa en Parque Leloir. A veces no sale de ella durante meses, y cuando sale debe pedir que los negocios lo atiendan en horarios insólitos, para evitar las lógicas aglomeraciones. Es conocido que, para ir al cine o a ver conciertos, se escapa a Montevideo o a Nueva York. Al leer algunas de sus declaraciones sobre su rol de "estampita social", uno reconoce una saludable ironía y, también, tal vez, el desencanto de aquel que cree que la vida se le escapó de las manos

No estoy reivindicando ni la miseria voluntaria ni las ventajas de dormir en una plaza. Lo que quiero plantear es si no será que, en el rock, el verdadero triunfador será aquel que vive sencillamente de su propio talento, disfruta de hacerle pasar un buen rato a la gente y (si es posible) de despertarle algún cuestionamiento o inquietud vital, forma una familia (o no, si así es su voluntad o su destino), cría a sus hijos en su forma de ver la vida, y logra que su crecimiento personal y artístico no deba rendirse nunca a otro maestro que no sean sus ganas.

Lógicamente, siempre se puede elegir entre ser el monigote mimado de los vampiros mediáticos o la libertad de un respetado artesano de la música. ¿Pero cuál de los dos destinos requiere más ambición?

 

NOTAS

(1) "A principios de los '60, [el primer ministro británico] Harold MacMillan solía decir: 'Nunca se ha vivido mejor'. No estoy seguro de que eso fuese así, pero lo que es cierto es que antes uno vivía rodeado de los escombros de la guerra. Londres tenía enormes edificios, pero doblabas la esquina y te encontrabas con una hectárea sin urbanizar, y las calles estaban llenas de excrementos de caballos porque apenas había coches. Son cosas que extraño de Londres: caca de caballo y humo de carbón, mezclados con un poco de diesel aquí y allá. Una mezcla terrible. Probablemente eso es lo que me llevó a las drogas. Crecí en un mundo donde el racionamiento era el pan de cada día. Recuerdo que en el colegio nos daban una botella de jugo de naranjas una vez al mes, y los profesores nos decían: 'No se olviden de su vitamina C'. Había muchos chicos con raquitismo. Apenas había caramelos. Pero de repente, un buen día, se abrieron las puertas y aparecieron ante nuestras narices todo tipo de bienes de consumo. Otra novedad de mi generación es que dejamos de tener que ir al servicio militar obligatorio. Y la música irrumpió en nuestras vidas, y de repente sentí que el mundo estaba cambiando. Las cosas pasaron del blanco y negro al tecnicolor, el servicio militar desapareció, llegó el rocanrol y con un poco de dinero podías comprar de todo sin necesidad de hacer cola". (...) Keith Richards en la biografía de la banda, "According to The Rolling Stones", citado en el artículo "La lengua desatada", de Mariana Enríquez, Suplemento Radar de Página/12, domingo 12 de febrero de 2006.

(2) "Toda la verdad, nada más que la verdad". Pablo Schanton, Clarín, sábado 9 de noviembre de 2002.

OTRAS FUENTES

"Una vida mejor" y "Demasiado ego". Notas del Suplemento No de Página/12, jueves 27 de junio de 2002, dedicadas a los Sex Pistols.

 

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