Reseña crítica: El horno no está para bollos en la Federie Manor. Tras recibir un telegrama anunciando la venida de su hijo Charles, el anciano Richard (Walter Walker) colapsa víctima de un accidente cerebrovascular. La enfermera Sarah Keate (Aline MacMahon, una especie de Niní Marshall de Hollywood) es enviada a cuidar al paciente y se topa con un cuadro familiar agobiante: cada uno se manifiesta vivamente interesado en la salud del abuelo y en saber cuando va a poder despertar, pero todos parecen relamerse interiormente acerca de la herencia. Un hijo en particular, Adolph (Robert Barrat), es blanco de los odios de todos los familiares. Por la noche, Adolph ingresa a hurtadillas en el dormitorio donde Richard tiene un elefantito de adorno que en su interior guarda un papel. Una mano anónima surge de la cortina y, aprovechando un trueno, le derriba de un balazo. La enfermera descubre el cadáver y el resto de la familia se sigue preocupando por el convalesciente: "el enfermo sigue estable pero un hombre acaba de ser asesinado", tiene que explicar la abnegada protagonista. El inspector O'Leary (Guy Kibbee), a la par que trata de reprimir las desopilantes rabietas de su subordinado Jackson (Allen Jenkins), se pone a interrogar a cada uno de los habitantes de la casa. Tras incontables deducciones, O'Leary descubre un antecedente penal del mayordomo (el perpetuo Brandon Hurst) pero sus sospechas caen por tierra cuando Sarah le avisa que acaba de encontrar su cadáver estrangulado. Hay un desconocido que acecha tras las cortinas y trata de apoderarse del citado elefantito. ¿Qué guarda su interior? Nos enteraremos en el último rollo con la resolución en que, desde luego, la enfermera tendrá que cumplir un rol preponderante y explosivo. Las numerosas idas y vueltas, acusaciones y sospechas entre los familiares, los intercambios entre el paternal O'Leary y el cascarrabias Jackson o las simpáticas réplicas entre O'Leary y la enfermera aportan incontables matices de sano humor negro que balancea con una sugestiva colección de efectos truculentos que el realizador de planta de la Warner Ray Enright inyecta a cada momento. Con el precedente de la sabrosa MISS PINKERTON (íd-1932), primer film de la asociación entre enfermera e inspector de policía, Warner insistió en la veta cómico-misteriosa con los personajes de la novela de Mignon G. Eberhart acerca de Miss Keate y el Tte. O'Leary, que se mantuvo en dos títulos más: THE PATIENT IN ROOM 18 (Triple Tragedia-1938) y MYSTERY HOUSE (La Llave del Misterio-1938) en que, por obvias razones, rejuvenecieron a ambos personajes. En los primeros fotogramas, los títulos de crédito muestran el logo de un tal "Clue Club" como división especial de producción en sociedad con la revista "Black Mask". A lo largo de dos temporadas, Warner incluyó ese rótulo en los casos de Perry Mason THE CASE OF THE CURIOUS BRIDE (El Caso de la Novia Curiosa-1935) y THE CASE OF THE VELVET CLAWS (Zarpas de Terciopelo-1936); el misterio gótico THE FLORENTINE DAGGER (La Daga Florentina-1935); el caso policial en el quirófano THE MURDER OF DR. HARRIGAN (El Asesinato del Dr. Harrigan-1936); y otro caso de enfermera-detective, MURDER BY AN ARISTOCRAT (El Crimen de un Aristócrata-1936). Hay dudas sobre si THE WHITE COCKATOO (La Cacatúa Blanca-1935) integró o no el "Clue Club". Lo que sí que tras esta avalancha de títulos de misterio policial, el universo del género se ensancha con cada film conformando un fractal de interminable visionado. [Cinefania.com]
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