Reseña crítica: Difícil imaginarse un concepto genérico más delirante y a la vez efervescente como el de esta comedia noh de misterio inspirada en Cornell Woolrich. Un terreno que tal vez Seijun Suzuki se habría animado si no fuera porque existió Kihachi Okamoto que es el realizador responsable de AA BAKUDAN, que significa "Oh Bomba". Un yakuza purga una condena de tres años y regresa a la ciudad dispuesto a reasumir el mando de su banda. Los primeros cinco o diez minutos la trama nos dan la justa tónica de lo que nos espera en la hora y media restante y así tenemos un par de canciones al estilo teatro noh con esa tan particular combinación de melodía vocal hipnótica y repetitiva música percusiva y un no menos particular protagonista: Yûnosuke Itô encarna al citado yakuza llevando a cabo un auténtico tour de force en que se despacha con toda una batería cómica, mímica y gestual. Su aspecto grotesco, cejas tupidas, una dentadura que parece una cordillera desproporcionada, una mandíbula permanentemente danzando sobre sus bisagras y unas poses afectadas o provocarán la automática empatía del espectador o una repulsión sin límite. El yakuza no sale en solitario sino que acompañado por un recluso (Hideo Sunazuka) que es capaz de construir una bomba con lo que sea y en el tiempo que sea. Tras enterarse que el nuevo líder del clan (Ichirô Nakatani) ha legalizado la banda y se postula como candidato a intendente municipal, nuestro protagonista sufre una depresión que imaginamos será parecida a la de Edward G. Robinson en algunas de esas comedias de gángsters para Warner en que dejaba el mando de su banda y al regresar se topaba con que todo estaba patas arriba. El símbolo proselitista del candidato es una pluma fuente, que esboza como una de las mentiras más típicas del político en campaña: el estudio y la cultura como garantía de avance y gestión. Así que deciden fabricar una pluma fuente bomba y suplantar la del candidato. El lugar elegido para el operativo será una barbería pero el azar quiere que un anciano respetuoso de la tradición y la familia (Ikio Sawamura) se lleve la pluma consigo. También la pluma cae en poder del gerente del banco y, más tarde, del hijo del yakuza que, en el colmo woolrichiano, la lleva a su propia casa disponiéndose a usarla frente a sus padres. ¿Podrá el desdichado genio de los explosivos evitar la masacre? ¿A quién le explotará la pluma fuente? Este relato e incontables derivaciones está, como se anunció al principio, salpicado de valiosas sonoridades que abarcan desde música clásica japonesa hasta sonidos percusivos que los intérpretes hacen con sus bocas o con cualquier elemento que tengan a mano. En un concepto musical total, el director invierte una alucinante batería de recursos cinematográficos y encuadres para mantenerlo hasta el último fotograma, garantizando un tour de force de puesta en escena y despliegue. Hay varias secuencias desopilantes pero nuestra preferida es la del ingreso del anciano al banco para hacer efectivo un cheque por ¥10 mil. A pesar de tanta sumatoria de aciertos y de secuencias individuales notables, a veces un todo no es la sumatoria de sus partes. Y en este caso, sea por exceso de minutos o por abuso de virtuosismo, el resultado puede llegar a agobiar incluso a adoradores acérrimos del cine japonés. [Cinefania.com]
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