Reseña crítica: Poupart (Patrick Dewaere) tiene una vida propia de un perdedor. Por eso cuando se encuentra con una persona en peores condiciones que él, el destino los vuelve a juntar. Vendedor de puerta en puerta, el hado lo lleva a la casa de una anciana (Jeanne Herviale) que necesita una bata. Al instante aparece su sobrina, Mona (una sugestiva Marie Trintignant), quien de buenas a primeras se quita lo poco que tiene encima dejando al descubierto su voluptuoso cuerpo de doncella... prostituido por su tía al mejor postor. Poupart se aleja y, tras un par de encontronazos con uno de sus insatisfechos clientes, el temible Griego (Andreas Katsulas), y con su jefe (Bernard Blier), es encarcelado por una ligera diferencia en su rendición semanal. Al otro día la policía lo deja en libertad; quien menos pensara -la pequeña Mona- ha reembolsado al jefe la suma adeudada por Poupart. Vuelto a encontrar con ella, el protagonista se entera que la anciana guarda muchos ahorros en una habitación de la casa así como una pistola en su dormitorio. El cándido pero emotivo afecto que emana la jovencita y la agobiante situación matrimonial junto a su mujer (Myriam Boyer) empujan a Poupart a un plan maquiavélico: liberarse a la vez del griego y de la anciana. ¿Pero podrá el malhadado y desprolijo antihéroe lograr el crimen perfecto sin dejar huella que lo involucre en la posterior investigación policial? Para responder estos interrogantes el realizador Alain Corneau ofrece no un relato policial así como tampoco una saga de robo perfectos sino el retrato de un asesino y su intento de manejar la difícil situación con su esposa, representando su conciencia, y su jefe que, por una prevista mala fortuna, se llevará todo el botín. Virtual traslación de "Crimen y Castigo" (de hecho, el autor de la novela, Jim Thompson, ha sido descripto como un "Dostoievsky de los pobres"), la trama sigue constante e íntimamente al protagonista con lo cual fluctúa a través de sus altas y bajas, de sus arranques neuróticos y sus monólogos, de sus encuentros con la fascinante Mona y la climática secuencia del doble asesinato. Por supuesto, en ciento diez minutos de metraje hay secuencias que no aportan al relato, pero son aisladas notas al pie de la contradictoria personalidad de Poupart: su encuentro en una taberna con el líder de una banda de motociclistas o una escena en que se sumerje en su bañadera durante incontables segundos, como si fuera un simulacro de suicidio. El destacado lucimiento artístico del malogrado Patrick Dewaere, en soberbio tour de force respaldado por un sólido elenco, otorga brillo extra a un film a propósito opaco, que se narra en grises escenarios urbanos, una calle nevada, una oficina, un par de viviendas. De esta manera, el noir deviene en cine psicológico y la exposición de la evolución y etapas del personaje se imponen sin que haya espacio para indagación policial o persecución culpógena alguna. [Cinefania.com]
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