Reseña crítica: Un jefe yakuza desaparece con una gran suma de dinero y sus secuaces, al mando de Kakihara (un suave pero letal Tadanobu Asano), lo buscan afanosamente. Un soplón llamado Jijii (el director Shinya Tsukamoto, aquí como actor), marca como secuestrador a un criminal (Susumu Terajima), que es oportunamente apresado por Kakihara y torturado de manera salvaje. Sin embargo, Suzuki nada tiene que ver con el incidente y Kakihara debe rendir cuentas ante sus superiores, ofreciendo cortarse la lengua en señal de respeto. Poco después se inicia una serie de asesinatos de yakuzas, cuya autoría recae en un personaje de lo más extraño: Ichi (Nao Omori), que, bajo el influjo hipnótico de Jijii, sale por las noches enfundado en un traje con caparazón y cuchillas en los talones, asesinando a sus víctimas, que, literalmente, caen rebanadas. Ichi no disfruta para nada estas acciones, sino que, en todo momento, llora de manera infantil y se da cuenta que se excita al ver actos violentos. Tras Ichi se pone toda la banda de yakuzas, pero siguiendo pistas falsas (y por supuesto, torturándolas en el camino), es Ichi quien los persigue y liquida sin piedad. A medida que va mengüando su banda, por fallecimiento o deserción, Kakihara se obsesiona con el misterioso Ichi, llegando a la ansiada lucha final en la misma azotea que termina otra de las películas de Takashi Miike: DEAD OR ALIVE 2: TOBOSHA (Dead or Alive: Birds-2000). Luego de más de dos horas del más perturbador tour de force masoquista, queda en claro que Miike da un paso más allá de las convenciones del género policial japonés y el ejemplo más claro es cuando Kikahara se corta la lengua con un sable porque considera que cortarse dedos es poca cosa. Tal vez uno de los yakuzas más sádicos que hayan pisado la pantalla, este personaje no solo disfruta torturando a sus víctimas de maneras indecibles, sino que goza siendo víctima de torturas sádicas. Y parecería que quiere encontrar a su jefe, más que nada, porque él lo golpeaba con auténtica pasión, sentimiento que va más allá de la insinuada relación homoerótica que une a yakuzas y oyabun (jefes). No son los protagonistas principales los únicos cuyas psiques enfermas se nos ofrecen, ya que la película tiene tiempo para bucear dentro de varios personajes más: el recio segundo al mando (Shun Sugata) - que parece salido de una película de yakuzas setenteros de Kinji Fukasaku -, que se harta de tanta sangre, cartílago y fractura expuesta; un ex policía (Sabu), echado de la fuerza por haber extraviado su arma), devenido en yakuza y considerándose un paria en ambos entornos; su pequeño hijo Takeshi (Hiroshi Kobayashi), que primero considera a Ichi como un benefactor; una dama de cabaret (Paulyn Sun), con un aparente gusto sadomasoquista que comparte con Kakihara, pero que se revela superficial ante el propio Ichi. Basada en un exitoso (y salvaje) manga, la película es tan extrema que... incluso en su conclusión ambigüa intenta ir un paso más allá del brillante final de ÔDISHON (Audición-1999), una de las mejores películas de Miike, aunque, en la que nos ocupa, las omnipresentes explosiones de violencia parecen superar en importancia no solo a la historia, sino a la obra en sí. [Cinefania.com]
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