Reseña crítica: Sherlock (Robert Downey Jr.) y Watson (Jude Law) realizan un operativo policial y detienen al místico Lord Blackwood (Mark Strong, un actor que por su aspecto físico era perfecto para el personaje de Holmes) a punto de propiciar un sacrificio humano en honor a divinidades abismales de quien sabe qué escalafones infernales. Arrestado, es velozmente condenado a la horca en tanto que Sherlock se sume en la depresión de la inactividad hasta que su colega viene a buscarlo para llevarlo a la penitenciaria: Blackwood exige, como última voluntad, entrevistarse con Sherlock a solas (siempre bajo las normas de seguridad del presidio). En sus palabras, por supuesto, le da la clave del caso que durante dos horas de metraje lo sacará de su agobiante estado. Tras la ejecución, Watson certifica el cadáver pero no pasa mucho hasta que comienzan a aparecer nuevas víctimas con la firma de Blackwood. Es más, su cripta es demolida y su "cadáver" desaparece. Hay unos aristócratas masones que están muy preocupados, uno de los cuales (James Fox) sería el padre de Blackwood. Hay misteriosas apariciones y trucos que desafían las leyes naturales. ¿Se está llevando a cabo una intervención infernal? ¿Volvió realmente Blackwood de la muerte? En una versión del clásico personaje de Conan Doyle no podemos esperar ningún hecho sobrenatural y esta nueva versión incluye elementos típicamente holmesianos así como todos los ingredientes necesarios para atraer a las jóvenes generaciones (esto es, peleas físicas, persecuciones, explosiones y personajes hipertrofiados y espectaculares). A pesar de este cúmulo de escenas con las que a Doyle jamás se le hubiera ocurrido arruinar ninguno de sus cuentos, la premisa directora de personajes y argumento es netamente holmesiana. En THE ADVENTURES OF SHERLOCK HOLMES (Sherlock Holmes-1939) Holmes (Basil Rathbone) tocaba escalas cromáticas para ver si las moscas respondían de acuerdo a su teoría. 70 años después Downey Jr. toca escalas atonales para probar si las moscas pueden volar en formación (bueno, el atonalismo se comenzó a utilizar a partir del 1900, así que Holmes es un precursor de Schönberg nomás). La referencia al clásico de 1939 no es caprichosa, ya que ambas películas utilizan un esquema narrativo similar con un villano lanzando una serie de pistas falsas para distraer a Holmes de su auténtico objetivo. Incluso, en la versión antigua el sicario argentino (personificado por un actor griego) es reemplazado en la actual por un asesino francés (interpretado por el luchador de 2,13m Robert Maillet). ¿Qué distingue esta versión de infinidad de notables adaptaciones previas, digamos por citar ejemplos, un Rathbone, un Cushing, un Neville, un Brett o un Heston? Justamente el respeto al personaje. Imagínese, en una época en que las remakes (frase clásica de Sherlock: "no hay absolutamente nada nuevo bajo el sol") son escritas por destajistas que incurren dolosamente en pervertir a los personajes, dándole características que originalmente no tenían o quitándole las propias -incluso bajo una pretendida corrección política, cambiándole la raza o el sexo- el Sherlock Holmes y el John Watson, así como Irene Adler y hasta el usualmente opacado Lestrade, mantienen cada uno sus rasgos originales. Es más, el Watson presentado, que pega trompadas y dispara, está en las antípodas del lelo Watson (Nigel Bruce) de la serie B de Rathbone para Universal, y concuerda más con el veterano de guerra originalmente perfilado por Conan Doyle. Pero el mayor logro desde el punto de vista cinematográfico está en el plano visual y corresponde a las magníficas vistas de la Londres victoriana, desde salones y palacios encumbrados hasta los bajos fondos y el eterno Támesis. [Cinefania.com]
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