Reseña crítica: Un concepto arcaico (el del hombre-cohete) vuelve a resurgir como eje de una serie de manga de Hiroya Oku. La idea de la propulsión individual tal vez podría ser rastreada hasta el ingeniero von Opel pero, oh, el remoto pasado de la cohetería nos conduce al Lejano Oriente con el vuelo del mandarín Wan Poh. Ese rasgo fatídico que signaba al legendario mandarín también vincula a los dos protagonistas. El señor Inuyashiki (Noritake Kinashi), veterano empleado de una multitudinaria compañía, exhibe una timidez rayana en el retraimiento que lo torna un hombre apocado y, a primera vista, pusilánime. Abusado por su jefe, lógicamente, es títere de su esposa y hasta de su propia hija, a quienes no se anima a revelar que acaba de enterarse de que padece un cáncer galopante. Harto de ser fusible de todos quienes lo rodean, Inuyashiki se escapa por la noche para sacar a su perro a dar un simple paseo en un parque lindero. Es cuando desciende una misteriosa nave alienígena que, en lo que se nos muestra como un estallido de energía, abduce a Inuyashiki que despierta sin saber qué le ocurrió pero con una sed impostergable. El primer síntoma es un rechazo automático por la sopa que su esposa le sirve para el almuerzo. Es cuando Inuyashiki se da cuenta que, si bien su aspecto externo sigue siendo el de siempre, sus órganos internos y esqueleto han sido reemplazados por artefactos biomecánicos y maquinarias bélicas. Su único problema (a medida que avanza la trama lo iremos descubriendo) es el alto contenido de sodio de casi todas las bebidas y alimentos que consume. Mientras Inuyashiki va conociendo y dominando poco a poco sus poderes, asistimos a la evolución de un joven, Hiro Shishigami (Takeru Sato), que también estuvo en aquel parque y fue abducido por los alienígenas. Curioso de sus poderes y carente de tantos escrúpulos, Shishigami deambula por un vecindario y, al aprender a disparar balas invisibles con su dedo índice, se introduce en una casa de familia y liquida a todos sus integrantes. A partir de ese momento iniciará una avalancha de violencia, a veces apuntada a dar su merecido a los habituales bullies de la escuela secundaria o defender a una compañera de clase que se ha fijado en él; pero en general, será para redoblar la apuesta de la persecución de la policía y hasta las fuerzas de elite. La capacidad de Shishigami de levantar vuelo y los varios asesinatos con que monopoliza los noticiarios llaman la atención de Inuyashiki quien, de inmediato, se da cuenta ser el único capaz de detenerlo. Los combates van subiendo su cuota de destrucción y mientras Shishigami saca a relucir su arrogancia de adolescente, Inuyashiki asume que el responsable de hacerse respetar es él mismo, desprendiéndose de una vez por todas de su inútil apocamiento. Detrás de los vuelos rasantes y las subidas hasta la estratósfera, de las balaceras digitales y los catastróficos daños edilicios, el costado humano de estos dos personajes -así como el de los secundarios- está siempre presente sin que recaiga en el melodrama ni que estorbe a la dinámica fluidez de las poco más de dos horas de metraje. Y en la sumatoria de estas semblanzas humanas, hay varias bajadas de línea en lo social, que es lo que recogen nuestras retinas: el difícil panorama de la tercera edad que en el Japón es un problema por ser uno de los países con mayor índice de ancianos, pero también refleja a sociedades tan lejanas como la nuestra; el manejo de las noticias por parte de los medios masivos de información que, a pesar de venir siendo criticados por sociólogos y pensadores, sigue magnetizando la atención del grueso de sus observadores, incapaces de distinguir realidad de manipulación; y por último, algunas notas al pie -deliciosas- sobre la lógica de lo que en occidente llamamos "cyberpunk", es decir la comunión de carne, cartílago y hueso con artilugios metálicos, circuitos y chips que, se podrá decir que ya se puso en pantalla en TETSUO (1989), pero siempre es refrescante volverlo a ver de una manera ingeniosa y con alguna variable de originalidad. INUYASHIKI, filme titulado por uno de sus dos protagonistas aunque no necesariamente el de mayor tiempo en pantalla, provee un poco de todo para todos los amantes de ese raro género de explotación que, a través de las fragorosas máquinas de explotación Marvel y DC, han inundado las pantallas grandes del mundo, convirtiéndose -si se nos permite la comparación- en el mejor filme de hombres cohete desde el sensacional serial KING OF THE ROCKET MEN (El rey de los hombres cohete-1949). [Cinefania.com]
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