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OCHO PROPOSICIONES ACERCA DEL ROCK
Uno. Tener mucho (pero mucho) éxito y llenar estadios con minitas es motivo suficiente para que el pequeño mundo del rock te odie, así debas ese éxito a obras indiscutibles como Signos o Clics modernos o El amor después del amor o Alta suciedad. Y motiva que le caigas mal a la gente que ve en el éxito masivo el beso del demonio, el comienzo de la Caída.
Pero estos últimos tienen su parte de razón. Porque la Caída es, por ejemplo, que los medios hablen de a quién te cogés aunque no les des cabida. (Caso Spinetta-Peleritti). O que ya no puedas ir al cine ni a ningún lugar tranquilo, como le pasa al Indio Solari. (Con lo cual perdés calle a pasos agigantados, y no por nada todos los compositores exitosos
terminan escribiendo acerca de la soledad del artista, o de los cuartos de hotel, o de la merca, o de la muerte). O que pases a ser una cara más en Intratables o la revista Gente o el simulacro mediático preferido por la época: no olvides que el medio es el mensaje.
Dos. No hay manera de que la credibilidad de un artista se sobreponga al éxito masivo, a la Caída, en especial si ese artista tiene posiciones politicas progresistas. Si sos progre, no podés cobrar entradas caras, así tu espectáculo movilice a decenas de asistentes que viven de su sueldo y sus viáticos, y emplees equipos de iluminación y de sonido que valen millones de dólares. Ni podés hablar de la pobreza, si tenés un iPad flamante. Ni podés ir a cenar a un restaurante caro, porque si sos progre estás obligado a comer polenta. Ni podés tener un automóvil caro, porque es símbolo de que te "vendiste". Y si andás en un Fiat 600 modelo 1971 te acusarán de estar posando. Fuck off.
Notablemente, si tu representante o tu empresa discográfica nadan en los millones que hicieron con tu música, no habrá nadie nunca que les reproche nada. Como a nadie le hace mayor ruido que un médico, cuya función social es salvar vidas, pueda ser millonario.
Tres. La otra amenaza terminal para la credibilidad del rockero es el Mal de Cronos, el Síndrome de Matusalén. Quiero decir que envejeció. Si acepta su edad, es un risible abuelo haciendo rock. Si no la acepta, es un pobre Peter Pan. Si da un giro en su carrera, se traiciona. Si se mantiene fiel a su esencia, no arriesga. Si se recuesta en sus viejos éxitos, se le agotó la creatividad. Si privilegia su obra reciente, perdió la conexión con su público. (Las críticas a los discos de la madurez están escritas de antemano). ¿Qué tiene que hacer entonces, morirse? Ajá. ¿Y por qué no prueban morirse ustedes?
Cuatro. La ignorancia parcial o total del inglés protege de nuestro escarnio a artistas anglosajones que consideramos intocables. De otro modo, podríamos llegar a descubrir que los dobles sentidos de venerables blues o de novísimos éxitos del hip-hop no son mucho más sofisticados que los de nuestra tercermundista cumbia, o que la demagogia y la ramplonería de muchas letras del Sting de The Police no quedan bien paradas ni ante las letras del denigrado Miguel Mateos.
Cinco. Una tesis relacionada con la anterior: entonces ¿lo más importante de una canción no es la letra? Claro. Lo que no quiere decir que da lo mismo una letra mala que una buena: quiere decir que, si además de tener una melodía interesante y una armonía o unos arreglos inteligentes, la letra produce un agrado intelectual o una conexión emocional, entonces esa canción es realmente buena. Y el o los compositores son dignos del mayor de los respetos. ¿Y una letra genial pero que se acomoda mal a la melodía? Para eso están los libros de poesía, fiera.
Seis. Tener un éxito muy grande y quedar pegado a un lugar y una época es un gran riesgo, porque puede que, tras un par de años, tu nombre envejezca sin remedio. Zas es 1985-86, pop bailable, Plan Austral, Alfonsín, La Noticia Rebelde, No toca botón, División Miami, Volver al Futuro I, Atari, el River del Bambino Veira, el gol de Maradona a los ingleses, campeones mundiales en México. En 1987-88 casi todo eso era el Paleolítico, más aún entre los adolescentes. Por algo cuando se habla de la música de los años sesenta se piensa antes en los Beatles o Jimi Hendrix, que no sobrevivieron a 1970, que en los Rolling Stones o David Bowie, cuyas carreras abarcan varias décadas.
Siete. El rock como género musical o el rock como contracultura, los dos términos de un malentendido que ha durado lo que el rock. Si el rock es un género musical, entonces Valeria Lynch interpretando a Spinetta es rock, y Calamaro o la Bersuit tocando cumbia no lo son. Si es una contracultura, el freudiano malestar en la cultura, un perpetuo grano en el culo y muy feliz de serlo, entonces Metal Machine Music de Lou Reed es rock y Paul McCartney hace décadas que no lo es. Son dos paradigmas que coexisten con notoria dificultad, y cuya fricción constante es en buena medida responsable de que el género siga vivo. O algo así.
Ocho. Todos los cánones son arbitrarios y del todo provisionales. Todo autor crea su canon de precursores, decía el maestro ciego del porteño barrio de Palermo. Toda renovación estética cambia el canon de la noche a la mañana. (Los punks abominando de los próceres del rock sinfónico o el rock pesado de apenas anteayer, el caso de manual). Dicho esto ¿desde cuándo los respetamos tanto? ¿Por qué duraron tanto el de la Rock & Pop, o el de La Mega, que fueron "arreglados en una mesa cerrada"? ¿Qué canon en el mundo te impide escuchar a Nito Mestre y Los Desconocidos de Siempre, o a los Dead Kennedys, o a Porcupine Tree, o a La Chicana, o a quien te parezca? ¿Qué canon te obligaría a escucharlos aunque no quisieras?
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